No todos los caraqueños vivimos en la capital. Hoy en día con los costos tan elevados de vivienda en la ciudad de caracas, muchos venezolanos, caraqueños y de otros estados de Venezuela, han optado por mudarse a zonas aledañas a la capital, como Guarenas, Guatire, Los Teques, entre otras.
Estas ciudades dormitorio, los fines de semana son relajación total y absoluta, pero lo que se tiene que pasar entre semanas para llenar a los trabajos, escuelas y universidades no es nada normal.
Cuatro de la mañana del día lunes, empieza mi semana, mientras mi despertador se activa con su timbre de costumbre – pam pam pam pam- escucho el grito habitual de mi madre LEVÁNTATE NINGÚN CINCO MINUTOS MÁS, es interesante como siempre sabe cuánto anhelo esos cinco minutos y sin embargo nunca puedo tenerlos, que aunque parecen pocos, son milagrosos cuando te acuestas tarde y te levantas de madrugada.
De carrera me dirijo al baño a cepillarme los dientes, mi primer respiro se transforma en nicotina porque el vecino de planta fuma en su baño todas las mañanas y el humo pasa por el ducto, que les puedo decir ya mis pulmones son inmunes a la inconsciencia de ese señor. Voy a mi cuarto a ver que me colocaré el día de hoy, veo el reloj, DIOS MIO han pasado diez minutos mientras me cepillaba, con rapidez abro mi closet y se me viene toda la ropa que no he acomodado por semanas, agarro un pantalón una camisa y a la cocina.
Mi hermano menor camina por toda la casa a medio vestir y sin peinar, jamás se peina. En la cocina todo es un desastre uno se hace un sándwich, el otro quiere cereal y todos estamos de carrera porque si se sale a las cinco de la mañana de casa no existen posibilidades de que todos lleguen a tiempo a su destino.
Bajando las escaleras- con el vaso de jugo o de café en una mano, la cartera del otro, el pan debajo del brazo y las llaves colgando de la boca - te encuentras con la típica vecina que jamás te hace un favor pero ese día se le ocurrió pedirte la cola porque su carro está en el taller, lo que faltaba, ahora iremos incómodos en nuestro propio carro y aparte me despido de la hora de sueño en el camino porque esta señora habla más que un loro.
El vecino inconciente – el que fuma en el baño a las cuatro de la mañana- sale de su casa a medio vestir – camisa afuera, pantalón a medio abrochar, taza de café hirviendo y a punto de botarse y unos tirantes que le quedan de terror – la esposa se queda afuera esperan que el “gordito” – como ella lo llama- arranque y desaparezca de su vista, luego dice buenos días y se retira.
Mi madre se regresa porque dejo algo, nada extraño la verdad, ella se regresa hasta por una aguja y nunca baja a tiempo, mi padrastro súper molesto la espera en el carro - que ya pasó de estarse calentando a sobrecalentarse del tiempo que tiene prendido - esperando que todos salgamos de casa y la vecina habla y habla y habla, que si sabían que fulano del edificio tres es novio de mengana del edificio cinco, ¿Cómo se entera de esas cosas?, no tengo la más mínima idea.
Pasadas las cinco de la mañana mi madre no sale aun de casa y me dispongo a irme en un autobús porque si no no llego a tiempo a la universidad, dejo a mi padrastro, hermano y a mi querida vecina en el carro y tomo mi camino a la parada de autobuses.
“QUEDAN TRES PUESTOS” se escucha gritar al colector de la unidad, la gente corre cual caballos para agarrar esos tres puestos – todos estamos contra reloj- se baja una de las tres personas diciendo que solo quedaban dos, el chofer de la unidad- es decir el respectivo tacaño y huraño – le dice que queda uno en la parte de atrás, la señora indignada le reclama que no ira “arrecochinada en la cocina de la unidad” y se va hasta el final de la fila, lo suficientemente larga a esa hora.
Cuando logré montarme en la unidad que me toca, después de hacer más de quince minutos en cola, se me sienta un señor bastante “gruesesito” al lado, ocupando su puesto más la mitad del mío y que a mitad de cola se va inclinando, interrumpiendo mi espacio personal – el poco que me queda- porque está dormido.
Empieza la travesía, la cola llega hasta la salida de mi urbanización – sí, desde mi casa hasta la autopista caracas – Guarenas- la gente se empieza quedar dormida cuando el colector prende las súper luces de la unidad, a veces azules fosforescentes, y dice “pasaje por favor se les agradece sencillo”, ¿cómo hace uno a esa hora para tener sencillo? Es obvio que si le das un billete de 50 bolívares fuertes no es por gusto, porque créanme, el rollo que te forma el colector no es nada agradable, aparte de que todo el autobús se entera de tu existencia y metida de pata.
Son las siete y todavía no hemos pasado los túneles que te dan el indicio de que vas llegando al distribuidor metropolitano. Al llegar a Caracas, el colector enciende de nuevo las luces, miras a tu alrededor y la gente , de insofacto y sobre todo las mujeres, sacan sus cosméticos y peines para retocarse, porque sales arreglado de casa, pero por razones extrañas, si no te arreglas antes de bajarte de la unidad parecerás recién caída de la cama lateralmente hablando.
Se levantan todos en la unidad y empiezan a empujarte para bajar, ¿no nos vamos a bajar todos al final? ¿Para que empujan entonces?
La brisa pega en tu rostro, el señor que vende café en la esquina de la california, la señora que barre la acera y el del quiosco de las empanadas, todas las mañanas el mismo panorama. En el semáforo la gente apurada tocando corneta y los motorizados pasando con una distancia de milímetros entre carro y carro. Todo esto te indica que has llegado a la capital.
Es una historia de nunca acabarse, los fines de semana tomas un break y vuelta a empezar la rutina semanal y la travesía para llegar. Mucho venezolanos diariamente tiene que madrugar para llegar a sus empleos, estudios, etc. Porque viven en estas ciudades dormitorio. Y los que no viven lejos, en muchas ocasiones, también deben pasar por mucho estrés como las colas de la cota mil – que se vuelve un estacionamiento-, todas las vías alternas de la ciudad capital y cercanías, colapsan y el venezolano le da la bienvenida a un nuevo día.
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